La sed del imperio Acadio

Imperio Acadio

El metal mordió la tierra, levantando una nube de polvo que se aferró al sudor de su frente. Ríos marrones surcaban su cara y, al gotear, eran absorbidos con ansia por la arena. Volvió a golpear con fuerza, ahondando en la desesperación. Todo seco. Unos dedos ansiosos desmenuzaban los terrones de arena y piedra buscando algún indicio de frío o humedad. Ninguna señal. El calor reinaba con mano de hierro, convirtiendo los ríos en costras de arcilla, las verdes plantas en fantasmas marrones y los animales en momias. Débiles, solos, no había dioses que escucharan su clamor. El metal morderá la carne y de sus nombres sólo quedará un susurro.

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