Una cría de caribú corre por la tundra en un soleado día. Son sus primeros pasos. Cerca de ella, su madre degusta algunos bocados de hierba y olfatea el aire por si aparecen los lobos. No están solas. Son cientos de caribús congregados, comiendo los brotes y cuidando de la nueva generación. Resulta sorprendente la habilidad de algunos herbívoros para trotar nada más nacer. Pero igualmente de impresionante es la adaptación que les ha llevado a coordinar el nacimiento de sus retoños con la explosión verde de plantas, que crecen en el momento más idóneo del año.
Parecería que sin una manada de lobos acechando, los caribús no tendrían otra cosa de la que preocuparse. Pero lo cierto es que les aguarda un reto: la tundra se descongela. Si bien es cierto que estos herbívoros no son conscientes de ello, tal vez su instinto les ayude a hacerle frente. Esta es la cuestión que preocupa a parte de la comunidad científica. ¿Puede la fauna de la tundra y los bosques boreales adaptarse al cambio climático?
En las tundras de Alaska el aumento de la temperatura está haciendo que las plantas se despierten antes. El deshielo se produce más temprano y el pico mayor de producción de biomasa vegetal se está desplazando a principios de años. Pero el caribú no está variando su época de reproducción y sus retoños llegan en las mismas fechas. Es este desajuste el que podría poner en apuros a la especie. Aunque de momento parece que pueden seguir preocupándose sólo de los lobos. El calentamiento está alargando las estaciones de crecimiento de las plantas y haciendo que tengan mayor biomasa.

Sin embargo, que la tundra se parezca cada vez más a los ecosistemas boreales tiene otras consecuencias (1). El deshielo también podría beneficiar a otro herbívoro: el alce. Este vecino del caribú, que llega a alcanzar los dos metros de altura, tiene su residencia en los bosques boreales. No gustan de adentrarse al norte, demasiado frío, y sus patas no dan para excavar en la nieve en busca de comida. Cosa que sí puede hacer el caribú. Pero los alces se están expandiendo por las tundras de Alaska, conquistando nuevos nichos. Esto también se debe a las temperaturas más agradables y a la mayor abundancia de plantas.
Otro animal, la liebre ártica, también está haciendo las maletas. Pero no porque el cambio climático le esté beneficiando. Al revés, a esta especie le gusta la nieve. Con sus grandes pies puede andar sobre ella y su pelaje blanco le ayuda a esconderse de los depredadores. Años usando ropa de camuflaje y ahora se pone todo marrón, glups. La situación le está haciendo migrar al norte, obviando su “distribución natural”, buscando la protección de la nieve. ¿Qué efectos tendrán la llegada de nuevas especies a estos ecosistemas?
Un factor importante es la aparición de plantas “sureñas” en estos ecosistemas. Vayamos a las tundras del norte de Escandinavia. Allí, una alianza entre musgos y cianobacterias asegura el suministro de hasta el 50 % del nitrógeno para todo el ecosistema. Los microorganismos toman el nitrógeno atmosférico (lo fijan) y lo ponen a disposición del musgo con el que viven en simbiosis. Esto permite que el nutriente entre en la cadena alimenticia. El aumento de la temperatura parece favorecer esta alianza, pero también ha propiciado la llegada de arbustos. Entre ellos encontramos sauces, que no fijan nitrógeno, y abedules que sí lo hacen. En este contexto de cambio, que se impongan fijadores o no fijadores puede tener un efecto en cascada en todo el ecosistema del que sólo podemos hacer especulaciones.

Más al sur los cambios también se están produciendo. Aquí debemos olvidarnos del bosque y fijarnos en los árboles para entender la revolución que está ocurriendo. Las especies vegetales boreales están subiendo al norte, a la vez que se retiran del extremo sur de su distribución. Y las que habitan más al sur les siguen su estela. En los bosques del norte de Estados Unidos y Canadá la contienda es entre abetos, robles y arces. Competencia por ser el que crece más rápido y acapara la luz del sol. Competencia por hundir bien las raíces y absorber agua y nutrientes. El cambio climático será decisivo a la hora de inclinar la balanza hacia aquellos que prefieren más calor (robles y arces), frente a los que están más acostumbrados al frío (abetos). Durante un tiempo veremos como en el bosque conviven todas las especies. Pero la lucha, aunque sea lenta, existe en el reino vegetal y tendrá un resultado. En el mejor de los casos, robles y arces pasarán a ser dominantes y conformarán el bosque. Será diferente, pero seguirá funcionando como tal. En el peor de los casos, la transición de especies no será ordenada. Esta situación podrían aprovecharla especies más oportunistas (2), creando un nuevo ecosistema salpicado por un fragmentado bosque.
A parte de los movimientos de animales y plantas, el deshielo del ártico también acarreará otros problemas. En el verano de 2016, un brote ántrax se llevaba la vida de un niño de 12 años en el norte de Rusia. Ocurrió en la ciudad de Salekhard, donde 72 pastores, 41 de ellos niños, tuvieron que ser ingresados por esta enfermedad. La bacteria también se cebó con los caribú: más de 2.300 de estos animales muertos.
¿Cuál fue el causante del brote? La enfermedad no es común en la zona, pero en el pasado sí se dieron algunos casos que acabaron con personas y animales muertos. La tribu Nenets, a la cual pertenecían los pastores afectados, siguiendo su costumbre “entierra” a sus muertos en cementerios al aire libre (3). Debido a las temperaturas frías de la tundra, los cuerpos se quedan congelados por siglos y con ellos el ántrax. Pero la bacteria tiene una carta ganadora que le permite no morir en el frigorífico: la generación de esporas. Se queda ahí, en el ambiente, ajena a todo lo demás hasta que detecta que las condiciones le son favorables. Y el cambio climático lo es. Si se descongela el permafrost, también lo hacen los cementerios y las bacterias quedan liberadas de su fría prisión. Desde ahí, sólo necesitan llegar al agua para encontrar nuevas víctimas.

La migración hacia el norte de enfermedades será otro quebradero de cabeza. Los ecosistemas y sociedades deberán hacer frente a nuevos microorganismos y parásitos. Por ejemplo, entre los años 2013 y 2014 se produjo en Nunavik (una región de Quebec) un brote de criptosporidiosis. Esta enfermedad, que produce diarrea, calambres y vómitos, es propia de zonas tropicales. El culpable es el parásito intestinal Cryptosporidium, que se transmite por vía fecal-oral a través de aguas o comida contaminada. Si bien este parásito no cogió las maletas y se fue del trópico a Canadá, debería preocuparnos la combinación cambio climático y globalización. Vivimos en un mundo donde las barreras entre los continentes se están borrando. Donde los organismos pueden tomar el Expreso Homo sapiens. Donde los ecosistemas se están reajustando por la subida de la temperatura. Donde los nichos están de oferta para la especie más avispada.
Notas:
- La NASA ha puesto sus satélites a observar el norte de Alaska y Canadá. Su conclusión: este territorio está cada vez más verde. La cubierta vegetal de la tundra ártica está cambiando, asemejándose a la de más al sur.
- Especies invasoras, como el espino cerval (Rhamnus catharticus), se hallan en la frontera de estos bosques a la espera de unas mejores condiciones para conquistar nuevos nichos.
- El permafrost es básicamente barro y materia orgánica, todo congelado. Hacer un agujero en eso es inviable, como mucho unos centímetros para encajar el ataúd.
Referencias:
– Alaskan Caribou Are Adapting to Warming
– El alce salvaje, el animal que se beneficia del cambio climático
– No snow, no hares: Climate change pushes emblematic species north
– Un Ártico cada vez más verde
– With climate change, shrubs and trees expand northwards in the Subarctic
– El cambio climático podría cambiar la composición de los bosques del norte
– Anthrax outbreak triggered by climate change kills boy in Arctic Circle
– ‘Tropical’ parasitic disease emerges in Canadian Arctic
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