
Verano en la costa de Groenlandia en el año 1.000, por Carl Rasmussen.
El aire frío y salado llenó las fosas nasales del osezno. Respiraba con fuerza, intentando localizar algún indicio de ella. Podía percibirla, pero no la veía. La llamó, no había respuesta. La criatura que estaba a su lado profirió un ruido y le lanzó un trozo de carne. Ni siquiera lo olió. El extraño suelo se movía y el agua helada le salpicaba repetidamente. Volvió a gritar auxilio, nada. Olfateó y distinguió el olor de su madre, mezclado con el de la sangre. ¿Dónde estaba? Le rodeaban una piel blanca y aquellos seres de los que ella le intentó proteger. ¿Por qué se movía todo? A través de un horizonte de agua y hielo, las extrañas criaturas lo llevaban lejos de casa.
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