Crustáceos diminutos pero con pinzas muy rápidas

Anfípodos del género Dulichiella. 📷: Tomonari Kaji

🦐 Con tamaños comparables al de una semilla de girasol, los anfípodos son unos crustáceos que no suelen llamar la atención. Pero la especie Dulichiella cf. appendiculata esconde un veloz secreto que requiere de mucha atención si no quieres perdértelo. Una de sus pinzas, desproporcionada para su diminuta estatura, puede cerrarse en un movimiento que es 10.000 veces más rápido que el parpadeo de un ojo humano 😮

👀 Esta sorprendente adaptación ha sido descubierta tras estudiarlos en el laboratorio, bajo la atenta mirada de cámaras de alta velocidad. Así se comprobó cómo cerraban sus pinzas en menos de un 0.01 % de lo que dura un segundo. Realmente, no son los organismos más rápidos del mundo. Pero lo que ha llamado la atención de los investigadores es su capacidad de repetir el movimiento, algo que no siempre se suele producir en la naturaleza porque las estructuras sólo sirven para una ocasión o porque tardan en volver a estar disponibles.

🤔 Pero, ¿para qué les sirve semejante artilugio? Al cerrar las pinzas producen un chasquido, el cual puede ser escuchado y lanza un chorro de agua que en ocasiones lleva asociado pequeñas burbujas de agua. Este fenómeno se produce debido a la presión del agua y se conoce como cavitación, que es el mismo proceso capaz de degradar el acero usado para hacer las hélices de los barcos. Se sabe que otros tipos de crustáceos se valen de dicho poderoso sistema para cazar, dejando aturdidas a sus presas con una suerte de disparo 😮😮😮

🌊 En el caso de los anfípodos aún es un misterio su misión, aunque tenemos algunas pistas. Este enorme apéndice sólo está presente en los machos de la especie, el cual supone alrededor del 30% de la masa corporal de un adulto. Por ello, los investigadores creen que les servirían para luchar entre sí, sobre un alga o roca, por los mejores sitios de su pequeño mundo 🌎🌍🌏

Referencia:

Tiny crustacean redefines ultra-fast movement.


🌳🐅🌳 Formando un cuarteado dosel de árboles. O una maraña de tallos, hojas y ramas. Creando una tela a través de la cual se escurre, para bailar con las sombras, la luz del Sol. Y entre ese baile, se esconde, repta, corre, salta, vuela, crece, compite, devora, es devorada y se descompone. La verás por todas partes, en el día y en la noche. Incluso más allá de la delgada capa de hojarasca y del húmedo barro que puedas excavar con tus manos. Incluso bajo la superficie de ríos imparables o tocando las nubes. Y más allá. Rodeada por el inmenso azul de océanos y mares. Medrando en lo más profundo, en los lugares donde el Sol cede su reino a otras fuerzas. También allí donde solo parece que hay arena y rocas azotadas por el calor. O donde el hielo y el frío reclaman su blanco dominio. O en tu interior, frenético, ordenado y apetitoso para amigos y enemigos. La vida, desafiante y cabezota, se pega a las todas superficies, rugosidades y escondrijos de la Tierra. Sobrevive y evoluciona, en una larga cadena temporal de criaturas que enmudece las décadas, siglos y milenios que puedas contar. Y ahí estás, Homo sapiens, pidiendo respuestas sobre los misterios de la vida. La ciencia tiene las respuestas que exige tu curiosidad. Y aquí, en Myrmarachne, te las relato 🌎 🌍 🌏 

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