
El desarrollo económico siempre ha estado ligado a la explotación de los recursos naturales, llevándolos en muchas ocasiones al límite. En el caso de Andalucía, el sistema de agricultura en invernaderos de Almería está acabando con las reservas de agua en los acuíferos de la región. Otros tipos de explotaciones, como la minera, han desembocado en desastres medioambientales y problemas sociales. Mientras que la pesca ha dejado de ser un sector importante debido a la explotación de los caladeros locales. Los estudios económicos nos permiten detectar dónde se localizan las regiones extractivistas, e identificar los problemas locales y globales que se generan con un sistema económico que no tiene en cuenta el funcionamiento de la naturaleza.
En la Oficina de Sostenibilidad de la Universidad de Sevilla, hablamos con Manuel Delgado Cabeza, catedrático de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Sevilla, sobre cómo el sistema económico actual afecta a los recursos naturales y los problemas sociales y medioambientales que conlleva.
El desarrollo económico siempre ha estado ligado a la explotación de la naturaleza, llevando al límite los recursos ¿Por qué crees que se ha llegado a esta situación?
El sistema económico actual, el capitalismo, funciona con unos objetivos que son el crecimiento económico y la acumulación de capital. Este crecimiento y acumulación se ha hecho hasta ahora en base a la utilización de los recursos naturales. Pero los economistas no han tenido en cuenta las repercusiones físicas sobre el medioambiente.
Esto se debe sobre todo a que tenemos un sistema construido sobre unos principios que, no solamente dan la espalda a la naturaleza, sino que van en contra de ella. Por ejemplo, el sistema económico es un sistema cerrado en el sentido de que se desenvuelve en el universo de los valores monetarios. Este universo se convierte en algo que adquiere autonomía y se aísla de lo físico y lo social. Por otra parte, en economía se utiliza un sistema contable de partida doble, en el que el debe tiene que ser igual al haber. En este modelo, lo que los economistas llaman recurso se convierte en mercancías y en residuos. Y las mercancías a su vez, en poco tiempo, llegan también a ser residuos. Esta degradación medioambiental tampoco está considerada en el sistema, que es lineal y no contempla cerrar los ciclos, como hace la naturaleza. Con estos principios no podemos esperar que se enderece el funcionamiento hacia la sostenibilidad. La propia esencia del sistema está en contra de los principios con los que funciona la naturaleza.
Esta explotación de los recursos naturales puede poner en problemas a las economías que dependen de ellos. ¿Podrías ponernos algún ejemplo?
Tenemos un ejemplo en Andalucía, donde encontramos una economía extractivista. Nuestra actividad principal son las conocidas como primarias. Este es el caso de la agricultura y la minería. Ya hemos visto desastres ecológicos en la minería andaluza y seguramente veremos más ahora que se ha retomado esta actividad. Se trata de una extracción que conlleva el almacenamiento de productos tóxicos en unas balsas, que pueden acabar como el caso de Boliden. En otro caso, en río Tinto, se están empezando a denunciar por grupos ecologistas la falta de garantías de las balsas. De modo que ahí hay un riesgo que no está muy lejos de convertirse en una catástrofe.
En la agricultura nos encontramos con un modelo extensivo donde el agua es un factor limitante. Está a punto de saltar la noticia de que el agua será un problema para el modelo agrícola almeriense. Nosotros hemos analizado los flujos físicos del sistema productivo de Almería y efectivamente se están sobreexplotando los acuíferos desde los años 80. Pero además de eso, lo que se está haciendo es vivir del agua que se ha venido almacenando durante siglos en el acuífero. De manera que cada año se extrae un 35% más de lo que se repone. Naturalmente esto tiene los días contados.
Siguiendo con el caso de Almería, habéis realizado un estudio sobre el uso de energía y la huella de carbono de los invernaderos. ¿A qué conclusiones habéis llegado?
La conclusión más importante es que la tendencia del sistema es a incrementar los rendimientos y a incrementar el paquete tecnológico, de manera que ahora los invernaderos tienden a funcionar con calefacción. Esto implica un gasto energético muy por encima del que se venía dando en invernaderos tradicionales. Este sistema de invernaderos es poco sostenible. No es solamente porque gastamos más agua de la que deberíamos o de la que el sistema pueda soportar, sino que además hay otros puntos. Es curioso porque este es un sistema que funciona a base de degradar el stock de materiales locales. Es decir, no solamente se degrada y se gasta más agua de la que se tiene, sino que también se consume tierra, estiércol y arena, lo que supone una degradación del entorno local. Además la valoración monetaria que hace el sistema económico tiende a despreciar este tipo de materiales y a realzar lo que viene de fuera, que es algo más elaborado, y con un coste mucho más alto. De manera que si uno hace el análisis monetario ve que Almería es simplemente un sistema productivo donde lo importante son los fertilizantes, las semillas o los fitosanitarios, sin tener en cuenta la extracción de los otros recursos.
En tus estudios analizas las relaciones entre la economía y los territorios, en especial el caso de Andalucía. ¿A qué conclusiones has llegado?
Llevo algo así como cuarenta años haciendo análisis comparativos de Andalucía. Me centro en el papel que juega la economía andaluza en la división del trabajo. Los andaluces no hemos dejado de ser una economía extractivista, desde hace siglos este papel se ha ido acentuando. Nuestros recursos naturales se orientan cada vez más a la exportación, es decir, a satisfacer necesidades ajenas. Y eso supone una degradación de nuestro patrimonio natural y, por tanto, también una hipoteca de nuestro futuro desarrollo.
Esta situación acentúa el papel de sirvienta que juega la economía andaluza en relación con otras economías. Ese papel subalterno se traduce también en que culturalmente somos una sociedad que tenemos una colonización añadida, como economía del sur. También se traduce políticamente en que se está sirviendo a intereses políticos que tienen poco que ver con Andalucía.
¿Cómo se realizan este tipo de estudios?
Nosotros complementamos el análisis monetario con una metodología que se puede llamar de metabolismo socioeconómico, en la que consideramos los flujos físicos de una economía. Es decir, las entradas y salidas de materiales en los procesos económicos. También usamos herramientas como la huella ecológica. Lo que hacemos es intentar dar entrada a dimensiones que la economía convencional oculta. Por ejemplo, estamos hablando de la dimensión física, pero también damos entrada a aspectos sociales. Incluso aspectos que van más allá de la economía y que tienen que ver con las implicaciones políticas, culturales, etc.
Actualmente la producción de alimentos ha alcanzado una escala global ¿Cómo funciona este sistema agroalimentario global?
En este sistema, la cadena alimentaria se va haciendo cada vez más compleja, más larga. El funcionamiento de la cadena está gobernado desde sus últimas fases. Es decir, que son las grandes distribuidoras las que tienen la posibilidad de controlar los procesos de producción, distribución y consumo de alimentos. Esto ocurre por una razón que tiene que ver con su posición de compradores a gran escala de todos los productos de la cadena. Además tienen el acceso a los mercados de consumo y esto les da un poder impresionante.
Hoy una gran distribuidora puede condicionar la conducta de corporaciones del tamaño de una gran cervecera, porque si no producen la cerveza de marca blanca que necesita, no está en el mercado. Si condiciona la conducta a una gran corporación de procesados de alimento, al que produce los tomates no digamos. Esto quiere decir que esa cadena agroalimentaria funciona no para suministrar alimento a la población mundial, sino para satisfacer los objetivos de esas grandes corporaciones que controlan la cadena alimentaria.
¿Cuáles son los problemas que conlleva este sistema de producción?
Por un lado tenemos los problemas sociales generados por una división territorial del trabajo. De forma que los territorios son utilizados de la manera más eficiente posible por parte de las distribuidoras que localizan grandes plataformas agroexportadoras, como en Almería o el caso del aceite en Andalucía. Otro ejemplo es el de la soja americana que nosotros usamos para alimentar la ganadería. Esto tiene repercusiones sociales y medioambientales aquí y allí porque se están utilizando los recursos de manera extensiva. El sistema agroalimentario es responsable de la mitad de los gases de efecto invernadero que se generan en la economía mundial. Otras de las repercusiones medioambientales son la contaminación y la deforestación.
Nosotros hemos realizados un trabajo sobre alimentos kilométricos con la Universidad de Vigo. El resultado que obtuvimos era que cada kilo importado de los que tenemos en la mesa para comer, que es un 30 o un 50 % de lo que comemos, ha recorrido más de 5.000 km de media.
El sector pesquero es otra de las industrias que se enfrentan a la degradación del medio ambiente. ¿Cuál es situación actual en Andalucía?
Este tema no lo hemos trabajado mucho. Hemos visto que la pesca en Andalucía ha ido disminuyendo en su importancia. Se ha pasado de una pesca que suponía una cuarta parte en el conjunto de la pesca nacional, a una pesca que actualmente supone el 12 o el 14 %. Esto nos indica una gran disminución de la importancia de la pesca en Andalucía. La pesca litoral ha desaparecido en muchos sitios. Algunos de los agentes que se dedicaban a la pesca se han incorporado a una pesca industrial de gran escala, que van a caladeros que están lejos de Andalucía. Es imprescindible recuperar también el litoral, porque hay zonas bastante esquilmadas como la Costa del Sol en Málaga, donde están desapareciendo especies como el boquerón por la sobreexplotación de los bancos locales.