
La pared de piedra le cortó el paso. En su huida, el viejo mamut había caído en la trampa. El dolor de la pata delantera le impidió seguir el ritmo de la manada y, al final, quedó rezagado, a expensas de los carnívoros. Se giró desafiante hacia los colmillos y gruñidos. Bramó e intentó una embestida para asustarlos. Los lobos no retrocedieron, mantuvieron la línea, enseñando los dientes, pero ninguno se atrevió a lanzarse sobre él. Un golpe de aquel animal supondría una condena de muerte. Algo surcó el aire y se clavó en el espeso pelaje del mamut. A la primera lanza le siguió una segunda y una tercera que erraron el blanco. Llegaron más. El olor a sangre se mezcló con el frío viento glacial. Los lobos dejaron paso a sus compañeros de caza, que terminaron por rendir al herbívoro.
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